Ayer visité un zoo bello, inquietante y deprimente. El Zoo La Grandera en Cangas de Onís (Asturias). Bello porque en un entorno natural boscoso contaba con preciosas aves rapaces, canguros impasibles, linces calmosos y lobos inquietantes, entre otras decenas de especies, al alcance de la vista y casi del tacto (fruto del esfuerzo del naturalista Ernesto Junco que los atiende). Inquietante porque, fuese por la gestión o por la crisis económica, las instalaciones ofrecían cierto descuido y abandono, en una atmósfera de pésimo olor.
Pero lo deprimente, y que me impresionó vivamente, tras la primera sorpresa de un hermoso lobo negro, de mirada triste y fauces pavorosas, fue un enorme oso pardo enjaulado, dando vueltas incesantemente pegado a la verja, olisqueando nervioso y moviendo su enorme cabeza como un péndulo, mientras los visitantes le mirábamos curiosos y boquiabiertos.
Los médicos preguntan a los pacientes como se sienten, pero…
Ver la entrada original 524 palabras más