A muchos de los que superan su miedo al ridículo y al fracaso, los demás suelen tacharlos de locos. Sólo por intentar cosas que la mayoría no se atreve ni a plantearse. Y resulta que, una vez que logran cumplir sus anhelos, sus sueños, esos mismos locos pasan a ser automáticamente tipos con suerte. El género humano es así.
El miedo al ridículo nos dificulta sobremanera a la hora de alcanzar nuestros logros. Este miedo es uno de tantos que vamos aceptando e integrando en la vida cotidiana conforme nos hacemos adultos, y se trata sin duda de un ingrato compañero de viaje.
La vergüenza ante el qué dirán los demás resulta demoledora de cara a cumplir nuestras expectativas, en cualquier ámbito. Por miedo a fracasar sucede que nos callamos aquéllo que pensamos, que rechazamos oportunidades que consideramos que no nos merecemos, que dejamos escapar a quien queremos y deseamos conservar, e incluso que retrasamos y finalmente declinamos emprender multitud de ideas geniales.
A los niños no les ocurre. Cuando comienzan a andar, caen de bruces cientos de veces y vuelven a intentarlo. Cuando aprenden a montar en bicicleta, los moratones y heridas de los primeros encontronazos no les detienen. Cuando estudian cómo leer y escribir, no piensan…
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Un placer para mí que hayáis compartido esta entrada de mi rincón en el vuestro.
Un abrazo!
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